Quiero contarte, desde mi experiencia propia y con total honestidad, sobre un tema que me ha movido profundamente: ¿Cómo puedo ser abiertamente LGBTIQ+ cuando el lugar donde vivo es muy conservador?. Te invito a acompañarme en este viaje de vulnerabilidad, para que veas que no estás solo y que sí es posible construir una vida auténtica, incluso si tu entorno parece no ofrecer espacio para ello.
Antes de empezar, quiero recordarte que ya está disponible mi videoclase gratuita: “Los 3 trucos que me ayudaron a sentirme realmente libre y auténtico como persona LGBTIQ+”. En ella comparto lo que a mí me funcionó para liberar mi vida, construir mi voz y vivir mi verdad sin disculpas. Podrás llevarte herramientas concretas para comenzar hoy. Puedes verla haciendo click aquí.
Ponte una alarma: la videoclase estará disponible sólo hasta este domingo 16 de noviembre, así que te recomiendo verla antes de que cierre.
Desde siempre, he sabido que vivir siendo LGBTIQ+ no es sencillo. Y si a eso le sumas que el lugar donde te mueves —tu ciudad, tu familia, tu círculo social— es conservador, la dificultad se multiplica.
Y lo entiendo porque lo viví. Porque ser LGBTIQ+ ya es difícil en un mundo que todavía nos exige explicaciones, pero hacerlo en un contexto conservador puede sentirse directamente imposible.
Yo crecí en una familia conservadora, de mentalidad militar, ABC1, donde nadie —nadie— hablaba de temas de diversidad. Nadie era abiertamente gay, lesbiana o trans. Los hombres eran “hombres de verdad” y las emociones se guardaban para el final. Durante años sentí que había algo en mí que no calzaba, algo que debía esconder para no desilusionar a nadie. Tenía miedo de ser “el distinto”, miedo de romper la imagen perfecta. Siendo además el nieto mayor de la familia, pensaba en cómo el nieto mayor podía convertirse en tal decepción. Y aunque con los años aprendí a convivir con mi identidad, no fue fácil reconocer que estaba viviendo una vida parcial, incompleta, diseñada para complacer a los demás.
No se trata solo de homofobia del entorno. Cuando creces rodeado de conservadurismo, ese conservadurismo se mete dentro de ti. Es lo que llamamos homofobia internalizada: esa voz que te dice que ser tú no está bien, que mostrarte es peligroso, que el amor que sientes no merece luz.
Y aunque hoy trabajo con personas de distintos países, sigo viendo ese patrón una y otra vez: miedo, culpa, ocultamiento, disociación. No solo en adolescentes, sino también en adultos, padres, profesionales, ejecutivos. Personas que podrían parecer “exitosas”, pero que por dentro viven divididas.
El contexto global tampoco ayuda mucho.
A pesar de los avances, en 2025 todavía hay 65 países donde ser homosexual es ilegal, y 12 de ellos mantienen la pena de muerte para las relaciones entre personas del mismo sexo. Y hasta la fecha, de los 195 países que existen en el mundo, en tan solo 38 países se reconoce el matrimonio igualitario.
El mapa del mundo sigue teñido por leyes que nos castigan por ser quienes somos. O en que en la mayoría del mundo no se reconoce nuestra manera de amar simplemente porque no calza con el modelo heterosexual. Entonces, ¿cómo no vamos a sentir miedo, incluso viviendo en lugares donde no nos persiguen legalmente, si en todo el mundo existe homofobia y heteronorma?
Si bien en la mayoría de países de habla hispana no es ilegal ser LGBTIQ+, aun así la homofobia no necesita cárcel para doler. Basta con una mirada, una burla, un silencio incómodo en la mesa familiar.
Siempre me dije a mí mismo que “salir del clóset no era necesario”, que bastaba con simplemente ser. Pero no estamos en ese mundo todavía. Hoy, salir del clóset sigue siendo un acto político, un gesto de amor propio y de resistencia. Lo ideal sería que pudiéramos vivir en un mundo en que no necesitemos salir del clóset, y que veamos sin prejuicios a la diversidad sexual - sigamos luchando por ello -, pero lamentablemente, en la época en la que estamos, se sigue volviendo necesario tener que expresar públicamente quienes somos. Porque si no el resto seguirá asumiendo que somos heterosexuales y cisgéneros, y eso nos aleja de sentirnos libres y auténticos.
Ojo: con esto no estoy diciendo que nosotros tengamos que hacernos cargo de la heteronorma. Pero sí tenemos que hacernos cargo de nuestra propia salud mental, y para ello, a veces hay que desafiar al sistema en el que nos tocó vivir para avanzar hacia nuestra libertad.
Pero claro, salir del clóset no siempre se da en condiciones ideales. A veces no hay apoyo, a veces no hay seguridad, a veces el miedo pesa más que las ganas. Pero cada vez que una persona se atreve a mostrar su verdad, se abre una puerta para muchos más.
En mi caso, me tomó años entender que no debía hacerme cargo de la heteronorma. No tengo por qué adaptarme a un sistema que no me considera. Pero sí puedo hacerme cargo de mi vida, de la libertad que quiero construir dentro de ese sistema. Esa fue mi manera de resistir: no dejar que el miedo decida por mí.
Tuve un paciente (por motivos de confidencialidad le inventaré el nombre de "Roberto") que fue uno de esos casos que me marcó. Cuando llegó a terapia, era un hombre de alrededor de 30 a 35 años, casado con una mujer, con hijos pequeños, viviendo en una casa que había soñado construir. Tenía una vida que cualquiera habría envidiado: estabilidad, familia, éxito profesional. Pero en su interior, la vida se le estaba haciendo cada vez más pequeña.
Un día me dijo:
“Necesito que hilemos la película completa, porque yo no puedo seguir viviendo así. Me casé enamorado, pero soy gay.”
Había conocido a un hombre, y esa historia, que empezó como una infidelidad, se convirtió en su puerta hacia su verdad. Durante años había guardado su orientación, incluso para sí mismo. Lo había reducido a algo sexual, casi un secreto adolescente. Pero cuando conoció a Antonio (nombre inventado), todo se desarmó. Lo que antes era morbo se transformó en amor, y con eso vinieron la culpa, la vergüenza, el miedo.
Poco a poco fue contándoselo a personas de confianza. Primero a su mamá, después a un amigo, luego a su hermano, y así... Cada vez, el peso era un poco menor, pero la ansiedad era brutal. Tenía insomnio, angustia diaria, una sensación constante de pecho apretado. Decía: “No sé cómo estoy. Sobrevivo. Ni amargado ni entusiasta.”
Durante meses trabajamos en algo que para muchos suena simple, pero que en contextos conservadores se vuelve titánico: poder decir “soy gay” sin culpa, sin disociarse, sin sentir que estaba destruyendo una vida.
Y aunque su entorno familiar era más moderno que el promedio, la cultura que lo había formado era profundamente conservadora: la idea de familia “perfecta”, de éxito, de cumplir con un molde.
A veces no es la homofobia abierta la que más duele, sino esa expectativa de perfección.
Con el tiempo, Roberto comenzó a contar su historia sin tanto miedo. Se separó, habló con sus hijos, empezó a integrar su identidad en espacios laborales y también junto a sus amigos y familia. No lo hizo de un día para otro, pero cada conversación fue un paso más hacia la libertad. Hoy sigue procesando pérdidas, porque la autenticidad también implica soltar lo que ya no encaja, incluso si eso era cómodo.
Cuando me habla ahora, hay pausas más tranquilas. Ya no se trata de sobrevivir, sino de construir una vida donde pueda respirar. Su historia me recuerda algo que repito mucho: no hay clóset más asfixiante que el que uno mismo construye.
El ejemplo de Roberto nos enseña que salir del clóset no es un evento puntual, sino que es un proceso y un camino que nunca termina, pero que sí puede volverse cada vez más cómodo y se puede vivir con mucha mayor libertad.
Casa salida tiene sus propias capas: decirlo en casa, en el trabajo, a los amigos, a uno mismo. No todas son simultáneas, ni todas son seguras. Pero cada paso cuenta.
También podemos aprender que la vergüenza —esa sensación de “soy malo por ser quien soy”— se sana en comunidad. Compartiendo la experiencia con otras personas que te ven y te entienden sin necesidad de explicaciones. A veces basta con un psicólogo que pertenezca a la Comunidad que te escuche o un amigo que sepa por lo que estás pasando para que la culpa se transforme en alivio.
Aprendamos a poner límites al miedo. El miedo va a aparecer, pero no tiene que tomar el control. El miedo solo avisa peligro, pero no siempre tiene la razón. Respétalo, pero no lo dejes manejar tu vida.
Y recuerda que ser auténtico no es ser egoísta. Vivir en coherencia no destruye familias, destruye mentiras. Las personas que te aman de verdad van a necesitar tiempo, pero también van a agradecer verte feliz.
Ser abiertamente LGBTIQ+ en un entorno conservador no es un lujo. Es una lucha diaria entre el miedo y el deseo de vivir una vida plena. Y no se trata de hacerlo perfecto, sino de hacerlo posible.
Yo crecí con miedo, igual que tú. Pero aprendí que la libertad no llega cuando el entorno cambia; llega cuando tú decides dejar de pedir permiso para existir. Si yo pude, y si Roberto pudo, tú también puedes. No tienes que hacerlo solo. Empieza por un paso, aunque sea pequeño. A veces el paso más pequeño —decirlo en voz baja, escribirlo en una nota, contárselo a una persona— cambia el rumbo completo de tu vida.
Y si quieres comenzar a hacerlo, te invito a que veas mi videoclase gratuita “Los 3 trucos que me ayudaron a sentirme realmente libre y auténtico como persona LGBTIQ+”, donde te comparto herramientas prácticas para empezar a construir esa libertad incluso si tu entorno no te apoya.
Está disponible solo hasta este domingo 16 de noviembre.
>> Haz click aquí para ver la clase.
Un gran abrazo.
Conéctate a nuestra Comunidad y sigue recibiendo contenido de valor!
Únete a mi lista de suscriptores para que puedas recibir avisos de cuando publique nueva información sobre mi blog, contenidos, talleres y cursos!
No te preocupes, tu información está segura conmigo :)
No soporto el SPAM! Así que no te preocupes que no estaré llenándote de mails, solo te enviaré mails que sé que te podrán servir y ayudar :)