Cosas que odio de ser gay (y cómo lidio con ellas)

Ser gay es algo que me llena de felicidad y asombro. Si alguien me diera la posibilidad de elegir entre ser gay o hetero, honestamente digo que elegiría ser gay mil veces más, porque esta identidad me ha enseñado cosas que nadie más podría enseñarme. Me ha mostrado cómo conectarme conmigo mismo, cómo valorar la diversidad en todos los aspectos de la vida, cómo construir relaciones más auténticas y cómo enfrentar mis miedos con valentía. Ser gay me ha permitido descubrir la fuerza que tengo para resistir la discriminación, para amarme incluso en momentos de duda, y para aceptar que mi manera de amar, de sentir y de vivir no necesita validación externa.

Disfruto profundamente de ser gay: disfruto de mi sensibilidad, de mi capacidad de empatizar, de conectar con otros desde un lugar honesto y abierto, y de poder reír y celebrar lo que me hace único. La oportunidad de cuestionar normas rígidas, de entender mejor la diversidad humana, de crear vínculos emocionales profundos y de fortalecer mi resiliencia frente a la adversidad.

Sin embargo, ser gay no es siempre fácil, y hay cosas que odio de esta identidad, que me han dolido, que me han desafiado y que me han obligado a crecer sin siquiera estar listo para ello.

Una de las cosas que más he odiado de ser gay es haber crecido como un niño que aprende a vivir desde el miedo y no desde el amor. Recuerdo momentos en que sentía que tenía que medir cada palabra, cada gesto, cada risa. Temía que si mostraba demasiado quién era realmente, sería rechazado, burlado o ignorado. Aprendí a esconder partes de mí, mis gustos, mi manera de expresarme, mi alegría excesiva o mis emociones fuertes. Hoy entiendo que gran parte de ese miedo se convirtió en un patrón que afectó cómo me relaciono con el mundo.

Otra cosa que odio es haber crecido con miedo a amar y a ser amado. Desde pequeño, sentí que abrir mi corazón era un riesgo enorme, como si cada vez que mostraba afecto, cada vez que me acercaba a alguien con confianza, me estuviera exponiendo a un dolor inevitable. Aprendí que el amor podía doler, que podía traer traición, incomprensión, rechazo, burlas o abandono. Esa sensación de riesgo me acompañó durante años, como un fantasma silencioso que me susurraba que era mejor no esperar demasiado de nadie, que no me confiara, que no me arriesgara. Este miedo también impactó la manera en que me relacioné con el mundo gay. Aprendí a amar de manera cautelosa, a no mostrarme completamente, a esconder deseos y emociones por miedo a que fueran juzgados o malinterpretados. Las relaciones se volvían complicadas porque yo llevaba conmigo un temor silencioso, una constante alerta emocional que hacía difícil confiar plenamente. A veces, ni siquiera me daba cuenta de que estaba poniendo distancia, de que mis propias inseguridades estaban saboteando lo que más quería: cercanía, amor y autenticidad.

El ghosting y la superficialidad dentro del mundo gay son otra cosa que he aprendido a manejar con dificultad, y probablemente nunca dejarán de sorprenderme por lo crudo que puede ser. He tenido experiencias en las que alguien parecía muy interesado, alguien con quien sentía una conexión genuina, alguien que parecía querer conocerme de verdad… y luego desaparecía sin ninguna explicación. Un día me enviaban mensajes cálidos y llenos de promesas de vernos, y al siguiente, silencio absoluto. Esa sensación de vacío, de ser ignorado de la nada, no es solo frustrante; duele profundamente. Es como si te recordaran que, a pesar de lo que crees, no puedes controlar cómo los demás valoran tus emociones. He visto relaciones que solo existían mientras eran emocionantes o sexualmente satisfactorias, sin un interés real por conocerse, sin compromiso ni intención de construir algo más allá de la superficie. Lo que más me dolía no era tanto la pérdida en sí, sino darme cuenta de que había invertido mi tiempo y energía en alguien que no estaba dispuesto a invertir lo mismo en mí. Aprendí a sentirme cuestionado: “¿qué hay de malo en mí?”, “¿por qué no puedo ser suficiente para alguien?”. Por un tiempo, me encontré atrapado en la comparación constante, viendo cómo otros parecían fluir en relaciones que yo soñaba, mientras yo me sentía invisible, reemplazable y descartable.

La presión por ser atractivo, interesante o deseable también puede ser muy pesada. En la comunidad gay, a veces siento que todo gira en torno a la apariencia: el cuerpo, la ropa, el estilo, incluso la forma de hablar o de moverse. A esto se suma la expectativa de ser interesante, carismático, exitoso o tener una vida “perfecta” que cause envidia. Es como si hubiera una regla invisible que dice que no basta con ser tú mismo; siempre tienes que estar a la altura de un estándar que, muchas veces, nadie define claramente. Esta constante evaluación, comparativa y silenciosa puede generar ansiedad y inseguridad. Recuerdo momentos en los que me miraba al espejo y me sentía insuficiente: no lo suficientemente musculoso, no lo suficientemente fashion, no lo suficientemente divertido o ingenioso. Compararme con otros se volvió casi automático: ver fotos de alguien con un cuerpo increíble, un estilo de vida llamativo o una relación que parecía perfecta, y sentir que yo no alcanzaba ese nivel. Es agotador, porque al mismo tiempo que quiero sentirme libre y orgulloso de quién soy, hay una voz interna que me recuerda que “no eres suficiente” o que “tienes que esforzarte más para ser valorado”.

Esta presión también afecta la manera en que me relaciono con los demás. A veces, he sentido la necesidad de aparentar ser alguien que no soy, de exagerar ciertas partes de mi personalidad o de mis logros para “competir” en un juego que parece superficial. He caído en la trampa de medir mi valía según likes, miradas, cumplidos o atención recibida, en lugar de conectarme con mi propio valor y autenticidad. Esto puede llevar a relaciones poco sinceras, interacciones tensas y una sensación de soledad incluso cuando estás rodeado de personas.

La dificultad para encontrar relaciones significativas también es un desafío constante, y siento que es algo que pesa más de lo que muchos podrían imaginar. He pasado por momentos en los que tenía ganas de acercarme a alguien, de conocerlo en profundidad, de crear un vínculo real, pero me encontraba con un muro invisible. Entre citas rápidas, aplicaciones que parecen reducir a las personas a fotos y breves descripciones, y relaciones fugaces que duran apenas unas semanas, mantener una conexión profunda se vuelve casi una misión imposible.

Lo que más me frustra no es solo la fugacidad de estas relaciones, sino la falta de vulnerabilidad de quienes conozco. En un mundo donde mostrar vulnerabilidad puede ser percibido como “poco atractivo” o “problemático”, muchas personas prefieren aparentar seguridad y perfección, y yo, por más que quiera, me encuentro respondiendo a esa energía con precaución. Esto hace que las interacciones sean superficiales, que las conversaciones se queden en la superficie y que el acercamiento emocional sea siempre medido. Por mucho que yo quiera abrirme, a veces me topo con alguien que no está listo para recibir esa autenticidad, y eso deja una sensación de vacío que es difícil de manejar.

He tenido que lidiar también con la ansiedad que surge al invertir tiempo y emociones en alguien que puede no estar dispuesto a comprometerse. Me he sorprendido a mí mismo dudando de mis propias intenciones: ¿estoy exagerando mis expectativas?, ¿será que estoy buscando demasiado rápido algo profundo?, ¿o es simplemente que no estoy encontrando a alguien que pueda corresponderme con la misma honestidad y profundidad? Estas preguntas me han acompañado en muchas noches de reflexión, en las que he sentido la frustración de querer construir algo real en un mundo que, muchas veces, premia la inmediatez y la superficialidad.

Finalmente, hay momentos en que me duele sentir que el mundo no siempre está listo para aceptarnos plenamente. Aunque he trabajado mucho en mi autoestima y en rodearme de espacios seguros, no puedo escapar completamente de la discriminación, los prejuicios y las miradas juzgadoras.  Hay días en los que siento que cargar con mi identidad es un acto de valentía constante. Simplemente caminar por la calle, expresar afecto, o compartir quién soy con alguien nuevo puede ser un ejercicio de coraje que otros podrían no percibir. Esa sensación de alerta constante, aunque esté atenuada por los años de trabajo interno, a veces me cansa, me agota y me recuerda que no siempre podemos controlar cómo nos perciben los demás.

Lo más doloroso no es solo la discriminación abierta, sino también la que viene disfrazada de normalidad, las expectativas silenciosas de que debemos comportarnos de cierta manera para “encajar”, los prejuicios internos dentro de la misma comunidad que castigan lo femenino o lo diferente, y la sensación de que algunas personas solo nos valoran por lo que mostramos superficialmente, sin interesarse realmente por nuestra autenticidad. Esto genera una tensión constante, ya que, por un lado, deseo ser yo mismo sin filtros, y por otro, existe la voz de alerta que me recuerda que el mundo aún no siempre está listo para recibir esa autenticidad sin juicio.

A pesar de tooodo esto, todos mis años de trabajo interno me han ayudado mucho a compensar estos aspectos negativos de pertenecer a una minoría o de estar en el "mundo gay". Para lidiar con todo esto, he tenido que hacer un trabajo intenso de autoobservación, permitirme sentir lo que antes reprimía y aprender que puedo ocupar espacio sin pedir disculpas. La terapia ha sido un pilar fundamental, un lugar donde pude experimentar la libertad de ser visto y escuchado, sin juicio, y donde pude reconciliarme con el niño que fui.

Aprender a amar ha implicado enfrentar esa vulnerabilidad, permitir que otros se acerquen a mí sin anticipar el rechazo, y reconocer que merezco afecto sincero. Lo que he descubierto es que amar desde el miedo no nos deja experimentar el amor en su totalidad; solo cuando aceptamos nuestra fragilidad podemos realmente conectar con otros y con nosotros mismos. He aprendido a identificar mis temores, a cuestionar sus raíces y a responder a ellos con compasión en lugar de defensa.

He aprendido a poner límites claros y a comunicar mis intenciones desde el principio, evitando asumir culpas ajenas y reconociendo que el comportamiento de otros no determina mi valor. A pesar de que todavía duela cuando alguien desaparece o me decepciona, esta conciencia me ha permitido proteger mi autoestima y mantener mi integridad.

Más allá de las presiones que el mundo gay impone, he trabajado en mi autenticidad y en lo que realmente puedo controlar: mi manera de relacionarme, cómo cuido mi cuerpo y mi mente, y cómo cultivo mis intereses y habilidades. También he tenido que practicar la gratitud y enfocarme en mis fortalezas reales: la capacidad de empatizar, la vulnerabilidad que puedo ofrecer, la autenticidad que comparto con quienes realmente importan. Me ayuda rodearme de personas que me valoren por mi esencia y no por mi imagen, y recordarme constantemente que la comparación es un juego inútil que roba energía y bienestar.

Con el tiempo, la ansiedad y la presión no desaparecen por completo, pero ahora las enfrento con conciencia y herramientas que me permiten proteger mi autoestima. Aprender a aceptar que no siempre puedo ni debo ser el “mejor” en todos los aspectos, y que está bien brillar en mi propia manera, me ha dado una libertad que antes parecía imposible. He aprendido que la verdadera atracción, la conexión auténtica y la satisfacción personal no provienen de cumplir estándares externos, sino de permitirme ser vulnerable, humano y genuino en todo momento.

Lo que he aprendido es que abrazar mi sensibilidad no solo me permite conectar más genuinamente con otros, sino que también me da fuerza y claridad sobre lo que realmente importa. Aprendí a disfrutar de mi propia compañía y a poner atención en relaciones que aporten a mi crecimiento, en lugar de conformarme con lo que no me llena. Esta paciencia activa me ha enseñado a esperar y construir relaciones que realmente tengan sustancia y significado.

Con el tiempo, empecé a darme cuenta de que todas estas experiencias negativas y la superficialidad del mundo gay no son un reflejo de mi valor, sino de la inmadurez emocional, el miedo a la intimidad o la incapacidad de otras personas para conectar de manera profunda. He aprendido a identificar señales tempranas, a no idealizar a alguien solo por sus palabras o por momentos pasajeros de conexión, y a establecer límites claros para proteger mi corazón. También he tenido que trabajar en aceptar que está bien sentirse dolido, que está bien llorar una decepción y que el hecho de que alguien me haya dejado sin explicaciones no significa que algo esté mal en mí.

Además, he comenzado a valorar mucho más las relaciones que sí tienen profundidad: aquellas en las que hay conversación auténtica, interés real, vulnerabilidad compartida y respeto mutuo. Esto no significa que me aleje por completo de lo divertido, ligero o sexual, pero sí que aprendí a poner mi energía donde realmente vale la pena. 

Hoy puedo acercarme a alguien con ganas de conectar, pero con los pies firmes en mi propio valor. Esta consciencia me permite experimentar relaciones más sanas y significativas, incluso en un mundo que muchas veces parece estar diseñado para lo efímero y superficial.

A pesar de todas estas dificultades, ser gay me ha otorgado experiencias invaluables para crecer como persona, conectar auténticamente con otros y fortalecer mi resiliencia emocional. Cada desafío que he enfrentado me ha permitido aprender sobre mí mismo, sobre el amor, sobre la comunidad y sobre lo que significa vivir una vida plena y auténtica. No puedo imaginar quién sería si no hubiera tenido que atravesar estas experiencias; me han hecho fuerte, consciente y capaz de abrazar mi propia identidad con orgullo. Ser gay me ha hecho mejor persona ❤️.

Si quieres profundizar aún más en cómo sentirte libre y auténtico como persona LGBTIQ+, tengo disponible mi Videoclase Gratis titulada “Los 3 trucos que me permitieron ser libre y auténtico como una persona LGBTIQ+”. En esta videoclase, comparto herramientas concretas para reconocer tus miedos, enfrentarlos y empezar a vivir de manera más auténtica y plena, incluso si tu entorno aún no te comprende. Aprenderás a identificar los bloqueos internos que te impiden mostrar tu verdadero yo y a fortalecer tu confianza y autoaceptación. Esta videoclase estará disponible por tiempo limitado, así que puedes revisarla ahora mismo haciendo click aquí.

--

Aprovecho de recordarte que PrideMe es un centro de salud mental que fundé hace unos años, donde contamos con un equipo hermoso de profesionales especialistas en personas LGBTIQ+ que pueden ayudarte en este o en cualquier otro tema que estés viviendo. Siempre en un espacio seguro, libre de discriminación y pensado para ti. Puedes agendar conmigo o con quien más resuene contigo en www.prideme.cl :)

Conéctate a nuestra Comunidad y sigue recibiendo contenido de valor!

Únete a mi lista de suscriptores para que puedas recibir avisos de cuando publique nueva información sobre mi blog, contenidos, talleres y cursos!

No te preocupes, tu información está segura conmigo :)

No soporto el SPAM! Así que no te preocupes que no estaré llenándote de mails, solo te enviaré mails que sé que te podrán servir y ayudar :)