Dos conceptos fundamentales que, al conocerlos, me ayudaron a poder ser quién soy en cualquier espacio público

Mostrarme tal como soy en los espacios públicos siempre me pareció un desafío. Puede que para algunas personas LGBTIQ+ resulte sencillo, pero para mí, y sé que para muchos, fue un proceso complejo. Vivimos en un mundo que no siempre ha sido amable con quienes no encajamos en lo que la sociedad considera “normal” o “aceptado”. Mostrarme auténtico en espacios públicos generó, durante mucho tiempo, una mezcla de emociones que a veces ni siquiera lograba identificar. Para mí, mostrarse significa sentirme cómodo con quién soy, moverme, hablar y relacionarme desde mi verdadera esencia, sin sentir que tengo que esconderme, camuflarme o bajar mi luz para que otros no se incomoden. Es un acto de valentía cotidiana y, al mismo tiempo, un acto de autoaceptación que impacta profundamente mi vida emocional y social.

Lo fundamental que tuve que aprender para poder empezar a mostrarme en los espacios públicos no fue un manual de instrucciones ni un paso a paso de cómo actuar. Fue algo mucho más básico y profundo: comprender que existe una diferencia fundamental entre miedo y vergüenza. Son emociones que, al principio, me resultaban confusas, pero entenderlas me dio una claridad enorme sobre por qué, durante tanto tiempo, me sentía bloqueado para ser quien soy.

El miedo es una reacción de protección. Su objetivo es cuidarnos frente a un peligro real o potencial. Nos prepara para actuar, para evitar riesgos, y su activación puede ser completamente adecuada y necesaria. Por ejemplo, recuerdo que con mi ex pareja, luego de una fiesta en una discoteca, íbamos caminando a tomar la micro para volver a casa, a eso de las 4 de la mañana, y pasamos por un lugar desconocido y oscuro. Ahí, por supuesto, que sentimos miedo. Y ese miedo nos hizo ser más cautelosos y proteger nuestra integridad física. Decidimos soltarnos las manos, ya que, si es que alguien nos veía, lo mejor era que pensaran que éramos dos amigos heterosexuales.

El miedo aparece frente a situaciones que podrían ponernos en peligro. Existen lugares y momentos donde mostrarse auténtico es, efectivamente, arriesgado: calles con alto nivel de homofobia, entornos laborales o sociales donde no nos sentimos aceptados, o incluso algunas reuniones familiares donde ciertos miembros pueden reaccionar de manera hostil. En esos casos, el miedo cumple su función: proteger mi vida, mi integridad física y mi estabilidad emocional.

La vergüenza, en cambio, es mucho más interna y sutil. No siempre tiene que ver con un peligro externo, sino con cómo nos sentimos respecto a nosotros mismos y cómo creemos que los demás nos perciben. La vergüenza se activa cuando siento que algo de mí “no debería” mostrarse o que no soy lo suficientemente aceptable. Es una emoción social: tiene que ver con “qué va a pensar el resto de mí”. Si viviéramos completamente solos en el mundo, la vergüenza prácticamente no existiría, porque no habría nadie que potencialmente nos juzgaría.

No todas las emociones son sociales. Por ejemplo, podemos sentir alegría y placer al tomar agua después de haber corrido una larga maratón, o un profundo sentimiento de tristeza por no haber logrado nuestras metas laborales. En cambio, la vergüenza siempre tiene que ver con los demás y con cómo pensamos que ellos nos perciben.

En el pasado, la vergüenza me hacía retraerme incluso en espacios que objetivamente eran seguros. Por ejemplo, recuerdo una cena familiar a la que asistí con mi pareja. Todos los miembros de mi familia sabían que éramos pareja, todo el mundo estaba cómodo, nadie cuestionaba ni juzgaba. Y aun así, cuando pensé en darle la mano a mi ex novio o a darle un pequeño beso en la mesa, sentí una resistencia interna tan fuerte que no pude hacer ninguna de las dos acciones. No era miedo a que me lastimaran ni peligro externo. Era vergüenza: la sensación de que podría incomodar, de que podría ser observado de manera crítica, de que algo en mí aún no se sentía “apto” para mostrarse plenamente. Confundir miedo con vergüenza fue algo habitual y poderoso: durante años creí que no me mostraba por protección, cuando en realidad era mi vergüenza la que me mantenía retraído, producto de la internalización de la homofobia y de años de mensajes y experiencias que mi inconsciente había integrado.

Con el tiempo aprendí que ambas emociones pueden coexistir y que, muchas veces, nuestro cuerpo y mente nos alertan de algo que no es un peligro real. La clave para mí fue observar la sensación, nombrarla y entender su origen. Me preguntaba: ¿Estoy sintiendo miedo porque podría haber un daño externo? ¿O es vergüenza la que me hace dudar de mostrar un gesto sencillo, un abrazo, un comentario, una sonrisa auténtica? Aprender a identificar estas emociones no me decía qué hacer con ellas, pero sí me permitió abrir mi conciencia, darles un nombre y entender que no soy “débil” ni “exagerado” por sentirlas. Son reacciones humanas, completamente válidas, y conocerlas fue el primer paso para poder actuar con más claridad en mi vida diaria.

Cuando entendí la diferencia, empecé a notar patrones en mí mismo. Mi historia me enseñó a anticipar rechazo donde no existía, a crear alertas internas de peligro que en realidad ya no aplicaban. Crecer en un entorno muy conservador o recibir mensajes implícitos de que ciertas formas de amar o expresarme eran incorrectas, activaba mi vergüenza incluso en espacios seguros. Este aprendizaje inconsciente era silencioso pero poderoso: me hacía frenar, retraerme, minimizar mi expresión auténtica. Reconocerlo me permitió empezar a diferenciar entre lo que era realmente peligroso y lo que era una reacción de vergüenza que podía observar, aceptar y, con tiempo, desactivar.

Importante: el miedo sigue siendo totalmente legítimo y hay que aprender a respetarlo y honrarlo. No se trataba de ignorar nuestra seguridad ni de exponerse innecesariamente. Pero sí es necesario empezar a notar esos pequeños gestos de vergüenza que nos limitan en lugares seguros: una conversación con un amigo, un café en nuestro barrio, un paseo con tu pareja por una plaza concurrida. Eran espacios donde, muchas veces, mi miedo había sido reemplazado por vergüenza, y reconocerlo me dio poder. Me permitió elegir conscientemente si quería dar ese paso de mostrarse un poco más, o simplemente aceptar que hoy no era el momento, sin autoexigencias ni culpas.

Abrir esta conciencia no significó recibir un manual de instrucciones sobre cómo actuar en todos los espacios públicos. No se trataba de fórmulas ni de “deberías hacer esto”. Para mí fue un primer paso interno: conocerme, nombrar lo que sentía y empezar a notar la diferencia entre miedo y vergüenza. Esa claridad me permitió, poco a poco, moverme con más autenticidad, con más libertad y con la certeza de que mi presencia no tenía que ser perfecta ni aprobada por todos para ser válida. Mostrarme tal como soy en los espacios públicos empezó por este reconocimiento silencioso, profundo y honesto ❤️.

Si quieres profundizar más en cómo abrirte y sentirte libre siendo quien eres incluso cuando tu entorno no te apoya, tengo disponible la videoclase gratuita “Los 3 trucos que me ayudaron a sentirme libre y auténtico como una persona LGBTIQ+”. En esta clase comparto tres estrategias poderosas que me ayudaron a sentirme libre y auténtico con mi orientación sexual, te enseño a identificar los bloqueos que la sociedad o nuestra historia nos impone, y te doy herramientas prácticas para empezar a sentirte más cómodo y seguro siendo tú mismo. Ten en cuenta que esta videoclase tiene fecha límite para revisarla, así que no dejes pasar la oportunidad. Si quieres revisarla, haz click aquí.

Conéctate a nuestra Comunidad y sigue recibiendo contenido de valor!

Únete a mi lista de suscriptores para que puedas recibir avisos de cuando publique nueva información sobre mi blog, contenidos, talleres y cursos!

No te preocupes, tu información está segura conmigo :)

No soporto el SPAM! Así que no te preocupes que no estaré llenándote de mails, solo te enviaré mails que sé que te podrán servir y ayudar :)