El temor desmedido a las ITS: cuando el sexo deja de ser placer

Tener miedo a contraer una infección de transmisión sexual no es algo raro. De hecho, podríamos decir que es algo bastante común y hasta entendible. A nadie le gustaría atravesar por un diagnóstico inesperado, tener que lidiar con tratamientos médicos o convivir con la angustia de no saber si pasó “algo” en ese último encuentro. El miedo a enfermarse es humano. Sin embargo, en consulta, aparece una y otra vez un fenómeno que llama la atención: el miedo intenso, desmedido, paralizante incluso, que tienen muchxs pacientes LGBTIQ+ —en especial hombres gays— a contraer una ITS. Un miedo que muchas veces va más allá del autocuidado y se transforma en una verdadera barrera para el disfrute, para la intimidad, para el deseo. Un miedo que muchas veces no se puede apagar ni con el condón más resistente ni con todos los exámenes al día.

Este miedo tiene nombre: se llama nosofobia. Es el temor persistente e irracional a contraer alguna enfermedad o infección. Y cuando este miedo se centra específicamente en el VIH, recibe el nombre de serofobia (también se llama "serofobia" a la discriminación y rechazo hacia las personas que viven con VIH, pero en este artículo lo utilizaremos bajo el contexto del "miedo irracional hacia adquirir el VIH"). Por otro lado, hoy en día se utiliza el término "infección de transmisión sexual" (ITS) en lugar de "enfermedad de transmisión sexual" (ETS) porque muchas de estas infecciones pueden estar presentes en el cuerpo sin manifestar síntomas. Es decir, una persona puede haber contraído una ITS sin desarrollar una enfermedad. El uso del término "infección" permite hablar con mayor precisión y menor estigmatización, ya que pone el foco en una condición que puede detectarse, tratarse e incluso curarse, sin necesariamente implicar enfermedad o gravedad.

Aunque la nosofobia y la serofobia puedan sonar como palabras clínicas o técnicas, describen algo que muchas personas viven a diario: una angustia que puede colarse en cada paso del encuentro sexual, desde antes del primer beso hasta después del orgasmo. No es solo miedo a la infección. Es miedo a lo que podría pasar, a lo que podrían pensar, al estigma social asociado hacia las infecciones de transmisión sexual (ITS). Y es, muchas veces, miedo a algo mucho más profundo, que me gustaría abordar en este artículo.

Porque sí, por supuesto que es válido tener aprehensiones. Es importante cuidarse y es necesario hablar de autocuidado, de responsabilidad afectiva y sexual. Pero cuando el miedo deja de ser una señal de alerta y se convierte en un muro, probablemente hay algo más en juego. Algo que no tiene solo que ver con el presente, sino con nuestra historia. Con nuestros vínculos. Con nuestra identidad. Con las heridas que cargamos.

Para muchxs, el sexo nunca fue un espacio libre de culpa o de miedo. Desde pequeñxs, crecimos oyendo frases cargadas de juicio: que los gays son promiscuos, que son descontrolados, que son un peligro, que enferman, que son "contagiosos", etc. Todxs escuchamos alguna vez que el VIH era la “enfermedad de los homosexuales”, que el sexo entre hombres era sucio, peligroso, enfermizo. Algunos incluso vivieron la brutalidad de la crisis del VIH en los 80 y 90, cuando se hablaba abiertamente de una “peste rosa” o “enfermedad gay”, mientras tantos cuerpos eran juzgados, estigmatizados y abandonados.

Y aunque muchxs de nosotrxs nacimos después de esa época, y aunque hoy sepamos que el VIH no es exclusivo de ninguna orientación ni identidad, el miedo quedó en la memoria colectiva y en el inconsciente de cada unx. No es solo un recuerdo lejano: es una herida transmitida de generación en generación, que permanece latente incluso cuando ya no hablamos abiertamente de ella. Está en el tono con el que se nos habla del sexo, en los silencios familiares, en las miradas incómodas al mencionar el VIH o las ITS. Está en los medios, en las bromas, en las noticias que asocian infecciones con irresponsabilidad o con estilos de vida "peligrosos". Y también está en las narrativas que nos siguen atravesando, muchas veces sin que nos demos cuenta, condicionando nuestros deseos, nuestras decisiones y la manera en que habitamos nuestros cuerpos.

Entonces, ¿qué pasa cuando el miedo a una ITS no viene sólo del presente, sino que se arrastra desde una historia de discriminación, culpa y estigma? Pasa que empezamos a ver el sexo como algo que hay que controlar. Como algo que puede dañar. Como algo que nos expone, que nos vuelve vulnerables, que podría “ensuciarnos”. Y ahí, el placer empieza a desdibujarse. Porque el miedo lo llena todo. Se mete en el cuerpo, en la mente, en el deseo. A veces, incluso, se manifiesta como ansiedad, hipervigilancia o la necesidad de “protegerse” constantemente, incluso cuando ya se tomaron todas las precauciones posibles.

Este miedo no siempre es proporcional a la realidad. Hay quienes, aún usando condón en todas sus relaciones o tomando PrEP de forma rigurosa, sienten que algo malo puede pasar. Que nunca están realmente segurxs. Que el riesgo está siempre ahí, acechando. Y eso va mucho más allá de la responsabilidad sexual: es angustia. Es vivir cada encuentro como si fuera una ruleta rusa. Es no poder soltar el cuerpo ni poder entregarse al placer.

Además, muchxs empezamos a explorar nuestra sexualidad desde el clóset, en la clandestinidad, en silencio, a escondidas. Nuestros primeros encuentros sexuales muchas veces ocurrieron en la sombra, lejos de la validación, sin espacios seguros donde preguntar o compartir y sin información disponible para poder ejercer una sexualidad segura e informada. Esa vivencia dejó huellas, hizo que para muchxs el sexo se sienta sucio, culposo o riesgoso, incluso cuando ya vivimos fuera del clóset o en contextos más libres. Esa sensación oscura o escondida que rodeó nuestras primeras experiencias sexuales puede quedar impregnada en el cuerpo y en la mente, y reforzar la idea de que el deseo es peligroso, o que entregarse al placer es exponerse a ser herido o descubierto. El miedo, en este contexto, no es solo a una ITS, sino a todo lo que el sexo puede llegar a significar.

Desde la psicología, entendemos que cuando un miedo se vuelve tan desbordante que impide vivir una vida plena, es importante revisarlo. Escucharlo con atención y sin juicio. Comprender de dónde viene y qué funciones ha cumplido en nuestra historia. Muchas veces, el miedo no aparece de la nada: es un mecanismo de defensa que se desarrolló para protegernos, para mantenernos a salvo frente a contextos que no eran seguros. En el caso de muchas personas LGBTIQ+, este miedo puede haber nacido como una forma de sobrevivir al estigma, al rechazo, a la culpa inculcada desde muy temprana edad. Cuando crecer significó asociar el deseo con el peligro, el cuerpo con la vergüenza y el sexo con el castigo, es comprensible que más adelante aparezca un temor profundo cada vez que nos acercamos al placer. También podemos entender que el miedo a contraer una ITS se relaciona con el miedo a perder el control, a exponerse, a confiar en otra persona. El sexo implica una entrega, una vulnerabilidad física y emocional que puede detonar muchas alarmas si el sistema nervioso aprendió a sobrevivir en estado de alerta constante. Además, si nuestras primeras experiencias fueron marcadas por la clandestinidad, por el silencio o por vínculos sin cuidado ni consentimiento, entonces es esperable que esa base insegura continúe afectando nuestra manera de vincularnos.

Por eso, a veces no se trata solo del miedo a una ITS, sino del miedo a sentirse vulnerable. A mostrarse, a confiar y a soltar el control. A conectar con el placer sin tener que estar todo el tiempo en alerta. En este sentido, el trabajo terapéutico consiste en reconstruir un vínculo más seguro con el cuerpo, con el deseo y con la intimidad. Un vínculo donde el placer sea posible sin tener que pagar el precio de la culpa o del terror.

Entonces, ¿qué podemos hacer frente a este miedo?

Primero que todo, entender que no estamos solos. Que esto no nos pasa porque seamos hipocondríacos o paranóicxs, sino porque hay una historia de discriminación sistemática detrás que merece ser mirada con compasión. Segundo, informarnos. Tener claridad sobre los métodos de prevención efectivos puede ayudar mucho a calmar la ansiedad: el uso correcto del preservativo, el PrEP como herramienta preventiva frente al VIH y el Doxy-PEP que ayuda a prevenir otras ITS (chlamydia, sífilis y gonorrea), el conocimiento de las ventanas diagnósticas, la regularidad en los chequeos médicos. Todo eso no solo sirve para cuidarnos, sino también para recuperar el control y bajar la incertidumbre.

Pero también hay un trabajo emocional y psicológico por hacer. Aprender a dialogar con el miedo en vez de reprimirlo implica reconocerlo como una señal válida, como un mensaje que merece ser escuchado y no silenciado. El miedo, muchas veces, es la punta del iceberg: debajo de él hay vergüenza, inseguridad, experiencias pasadas no resueltas, y mandatos culturales que hemos ido absorbiendo sin darnos cuenta. Por eso es tan importante explorar, ojalá con ayuda terapéutica, qué creencias hemos interiorizado sobre el sexo, sobre el placer, sobre nuestro cuerpo y sobre nuestra orientación sexoafectiva. ¿Cuándo aprendimos que el placer era peligroso? ¿En qué momento empezamos a asociar el deseo con el riesgo o la culpa?

También es clave cultivar relaciones donde podamos hablar de estos temas sin vergüenza, sin miedo a ser juzgadxs o malinterpretadxs. Relaciones donde la vulnerabilidad sea bienvenida y donde podamos mostrarnos con todo lo que somos: deseo, miedo, historia, dudas, ganas. Y practicar el consentimiento y la comunicación sexual no solo como un deber, sino como un acto amoroso con nosotrxs mismxs y con lxs demás. Entender que el sexo también es un espacio donde podemos pedir, negociar, detenernos, y decir cómo nos sentimos, incluso si lo que sentimos es miedo. Solo así podemos comenzar a transformar nuestra experiencia sexual en algo más seguro, más pleno y verdaderamente libre.

Soltar el miedo no es lo mismo que dejar de cuidarse. Todo lo contrario. Soltar el miedo es empezar a cuidarse desde un lugar más amoroso, menos castigador. Es permitirnos vivir el deseo sin tener que atravesarlo con culpa o con paranoia. Es entender que nuestro cuerpo no es peligroso, que nuestra identidad no es un riesgo, que el placer no tiene por qué doler. Y que siempre podemos decir NO a aquello que no nos haga sentir cómodxs.

Todxs merecemos una vida sexual libre, plena, informada y placentera. Y también merecemos espacios para sanar de los miedos heredados, de los discursos que nos marcaron y de las heridas que el estigma dejó. Reconocer ese miedo ya es un paso importante. Validarlo, hablarlo, buscar acompañamiento, son caminos posibles para dejar de sobrevivir el sexo y empezar a habitarlo con más libertad. Porque no vinimos a esta vida solo a cuidarnos del daño, también vinimos a sentir, a conectar, a gozar sin miedo. Y aunque sanar pueda tomar tiempo, no es un camino que tengas que recorrer en soledad.

Recuerda que en www.prideme.cl contamos con un equipo precioso de profesionales LGBTIQ+ que pueden ayudarte en este y/o en cualquier otro tema. Siempre en un espacio seguro y libre de discriminación :)

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