
Durante casi toda mi década de los 20 estuve en pareja. Dos relaciones importantes. Una de seis años, que empezó cuando tenía apenas 21, y otra de dos años y medio, que terminó hace un poco más de 6 meses, cuando tenía 29. Entre ambas relaciones, solo pasaron tres meses. Tres meses de transición entre una historia y otra. Lo que significa que, de algún modo, estuve casi una década entera compartiendo mi día a día con alguien más. Decidiendo en conjunto. Pensando en plural.
Y ahora no. Ahora soy solo yo.
Y no lo digo desde el drama, ni desde la lástima. Lo digo como quien reconoce un nuevo paisaje interno. Uno que no había caminado en años, uno que me desafía y uno que realmente no conozco lo suficiente para sentirme cómodo.
Porque la soltería, al menos en esta etapa de mi vida, no ha sido una pausa pasiva. Cuando la mayoría de mis amigos se están casando, teniendo hijos, o viviendo su día a día con sus vínculos, se vuelve muy difícil estar "soltero otra vez" a mis 30, una etapa que para muchos es de "consolidación".
Ha sido una especie de laboratorio emocional donde todo se ve con más claridad. Donde no puedo esconder mis vacíos detrás de un “te amo”. Donde no puedo distraer mis inseguridades con las necesidades del otro. Donde, por primera vez en mucho tiempo, estoy aprendiendo a mirarme sin espejos ajenos.
Y eso duele un poco.
Hay momentos en que la soledad me parece un regalo. Una oportunidad para reconectarme conmigo. Para preguntarme qué quiero, qué necesito, qué deseo realmente. Para recuperar partes de mí que había dejado en pausa por estar cuidando el vínculo con otro. En que, si tengo ganas de salir, viajar, dormir, o hacer realmente lo que quiera, puedo hacerlo. He construido una vida en la que me puedo permitir esas cosas.
Pero hay otros momentos –y no son pocos– en que esa misma soledad me angustia. Me hace sentir vulnerable. Me hace sentir mi cama fría, como si para mí solo me quedara grande.
Me enfrenta a preguntas difíciles como: ¿y si nadie más me elige? ¿y si ya gasté mis cartas del amor? ¿y si me toca estar solo mucho tiempo más?
He salido con personas. He ido a citas. Algunas me han resultado indiferentes. Otros chicos me han encantado. Y justo con esos, muchas veces, no he sido correspondido. A veces con un silencio, literal recibiendo ghosting. A veces con un “no estoy buscando nada serio”. Estuve muy bajoneado por un chico que conocí y que me gustó mucho, pero que yo no le gusté de vuelta, y me lo hizo saber con un mensaje. Que, de hecho, agradezco enormemente su claridad y que haya sido así de directo conmigo, pero no te voy a negar que me dolió.
Y cada una de esas respuestas –o la falta de ellas– me ha dolido más de lo que me gustaría admitir. Porque me enfrentaron a una herida nueva: la del rechazo.
Yo ya sabía que cargaba con heridas de abandono. Las he trabajado, las he entendido y muchas de ellas las he sanado. Pero esta sensación de no ser deseado, de no ser elegido, de no generar interés… ha sido un aprendizaje distinto. Es una experiencia nueva, que me enfrenta directamente con sentir que no soy suficiente.
Y he tenido que aprender a sostener esa herida sin salir corriendo. A no taparla buscando otra cita, otro match, otro mensajito de validación. He tenido que aprender a decirme a mí mismo, con paciencia y con mucha autocompasión: “No gustarle a alguien no significa que no seas valioso”.
Cuando has crecido buscando ser querido para sentirte seguro, que alguien te rechace puede sentirse como si se desmoronara todo tu sentido de valía.
Pero estoy aprendiendo a distinguir entre mi necesidad de amor y mi derecho a recibirlo. No todo el mundo va a quererme. Y eso no quiere decir que no sea digno de amor.
Ese ha sido uno de los trabajos internos más desafiantes: amigarme con la idea de que no voy a gustarle a todo el mundo.
Y no sólo eso, sino aceptar que no todo el mundo que me gusta está disponible emocionalmente para construir algo sano. No podemos dejar de olvidad que pertenecemos a una Comunidad que ha sido históricamente marginada, herida, rechazada y silenciada, y eso genera marcas individuales en muchas personas LGBTIQ+, que si no se trabajan, van a quedar ahí, haciéndoles daños a ellos mismos y al resto.
Porque no estamos empezando de cero. Estamos intentando construir vínculos desde historias atravesadas por el dolor. Desde infancias donde aprendimos a escondernos, desde adolescencias marcadas por el miedo al juicio y desde adulteces en las que muchas veces seguimos buscando compensar todo lo que no recibimos.
Y por eso, dentro de nuestra Comunidad, muchas veces cuesta encontrar personas que hayan hecho el trabajo emocional necesario para poder ser vulnerables y conectar. Personas que puedan amar sin proyectar su propio sufrimiento. Personas que quieran construir desde la reciprocidad y no desde la necesidad.
Por eso decidí no apurarme. No decir “sí” a lo primero que aparece solo para no sentirme solo. No repetir patrones que ya no me sirven. Estoy aprendiendo a sostener la incomodidad de la soledad, con el objetivo de elegir bien. De elegir desde la conciencia, no desde la urgencia. De priorizar lo que necesito para sentirme amado y seguro, y no solo lo que me genera mariposas por cinco minutos.
Y en ese proceso, estoy conociendo una versión nueva de mí. Una versión más paciente, más vulnerable, más honesta y más presente.
He descubierto que no necesito ser “perfecto” para merecer amor, al contrario, que quien me quiera me tiene que querer con mis imperfecciones e inseguridades. Que puedo tener días tristes, momentos de inseguridad, o ganas de llorar porque no me contestaron un mensaje, y aún así ser una persona digna de ser querido.
Y que estar soltero no es sinónimo de fracaso. A veces, es sinónimo de crecimiento, de preparación y de reencuentro con uno mismo y con tu entorno.
Estoy aprendiendo a llenar mis propios vacíos sin depender de otro. A abrazar mi historia con ternura. A mirar mis heridas no como defectos, sino como huellas de todo lo que he sobrevivido.
Y eso, aunque no se vea en una foto de pareja en redes sociales, es amor también: el amor propio. Amor que empieza por uno mismo y que algún día, cuando aparezca la persona adecuada, se va a compartir sin miedo, sin máscaras y sin heridas abiertas.
Si te sentiste identificadx con esto, aprovecha que aún está disponible mi videoclase gratuita: “3 trucos que me ayudaron a salir del clóset para sentirme libre y auténticx como persona LGBTIQ+”. En ella te comparto herramientas que uso con mis pacientes y también vivencias personales que me permitieron dejar de esconderme y empezar a vivir con más libertad emocional. Si sientes que todavía hay algo que no te deja sentirte pleno con quien eres, esta clase es para ti. Es completamente gratis, pero estará disponible solo por unos días más, así que mírala antes de que cierre el acceso. Puedes acceder a ella haciendo click aquí.
Conéctate a nuestra Comunidad y sigue recibiendo contenido de valor!
Únete a mi lista de suscriptores para que puedas recibir avisos de cuando publique nueva información sobre mi blog, contenidos, talleres y cursos!
No te preocupes, tu información está segura conmigo :)
No soporto el SPAM! Asà que no te preocupes que no estaré llenándote de mails, solo te enviaré mails que sé que te podrán servir y ayudar :)