Esta es la herramienta que me ayudó a poder aceptarme realmente como soy y que cambió radicalmente mi vida

Durante muchos años pensé que aceptarme era simplemente asumirme. Decir “sí, soy gay” y sentir que ya no tenía nada que esconder. Creía que aceptarme era vivir con naturalidad, sin fingir, sin ocultar, sin tener miedo de mostrarme. Y por mucho tiempo me repetí que lo había logrado. Pero con el tiempo, con mucha terapia y con muchas caídas, entendí que aceptarse de verdad no tiene tanto que ver con lo que dices… sino con lo que sientes cuando estás contigo.
Porque aceptar quién eres no es un discurso, es una sensación corporal. Es cómo respiras cuando estás a solas. Es cómo se siente tu pecho cuando cometes un error. Es cómo hablas contigo cuando no logras algo, o cómo te hablas cuando te miras al espejo.
Hubo una época en la que me sentía bastante libre —al menos, eso decía—, pero si me detengo a observar, la libertad que vivía era condicional. Era una libertad que necesitaba aprobación. Me sentía libre siempre que me sintiera querido, validado o admirado. Si alguien me criticaba, si sentía que no gustaba, si veía cosas de mi cuerpo que no me gustaban, o si alguien se alejaba, volvía esa sensación de no ser suficiente. Y eso me hacía darme cuenta de que, en realidad, no me había aceptado. Solo había construido una versión de mí que podía ser aceptada por los demás.
Recuerdo que en esa época pensaba mucho en cómo me veía, en cómo sonaba mi voz, en si era “demasiado afeminado” o si mostraba demasiada emoción. Estaba constantemente editándome. No porque quisiera mentir, sino porque todavía tenía miedo.
Sin embargo, era un miedo que no podía ver. Era un miedo muy inconsciente, que solo aparecía con ciertas señales físicas cuando tocaba visibilizarme de alguna forma (darle la mano a mi pareja en la calle, por ejemplo, o hablar de "mi novio" con una señora de edad cuando preguntaba por "mi novia").
Y todo eso, sin notarlo, impactaba directamente en mi autoaceptación: ¿cómo voy a aceptarme a mí mismo si aún existen automatismos que me hacen restringir quién soy?
Con el tiempo, me di cuenta de algo que me cambió la perspectiva: aceptarse no es gustarse siempre. Y me costó mucho entenderlo. Pensaba que cuando llegara a un punto de aceptación, me iba a encantar todo de mí. Que iba a amarme sin condiciones, y que todos mis complejos desaparecerían. Pero la verdad es que eso nunca pasa así.
Aceptarse realmente significa poder mirar incluso las partes que no te gustan y tratarlas con respeto. Decir “esto no me gusta de mí” y no usarlo como excusa para castigarte. Aceptar no es decir “me gusta todo”, sino decir “esto también soy yo”. Y cuando logras eso, cuando dejas de pelear con esas partes que te incomodan, algo en ti cambia. No necesariamente te conviertes en otra persona, pero sí empiezas a vivir con una paz distinta.
La autocompasión fue una herramienta que me transformó por dentro. Yo siempre había sido muy autoexigente. De esos que si cometen un error, lo piensan durante días. Si no cumplen algo, se lo echan en cara. Pero la autocompasión me mostró que podía seguir creciendo sin tener que lastimarme en el proceso. Que no necesitaba gritarme internamente para mejorar. Que podía acompañarme como acompañaría a un amigo que está pasando por algo difícil.
Fue extraño, porque al principio sentía que ser compasivo conmigo mismo era como ser blando. Como si me estuviera “dejando estar”. Pero pronto entendí que era lo opuesto: ser compasivo me hizo más fuerte. Porque cuando dejas de tenerle miedo a tu propio juicio, puedes mirar de frente lo que necesitas cambiar. Ya no lo evitas. Ya no te escondes detrás de la culpa o del perfeccionismo. Lo enfrentas, pero con calma.
Y no solo lo noté emocionalmente. Lo noté en mi cuerpo. Mi respiración se volvió más profunda. Mis hombros, que siempre cargaban tensión, empezaron a relajarse. Dormía mejor. Me enfermaba menos. Incluso entrenaba mejor en el gimnasio. Es como si mi cuerpo hubiese entendido que ya no tenía que estar en modo defensa todo el tiempo. Y eso fue una señal muy clara: cuando tu cuerpo empieza a descansar, es porque tu alma por fin se siente segura.
A veces, las personas me preguntan cómo saber si realmente se aceptan o si solo lo creen. Y mi respuesta siempre es la misma: obsérvate cuando te equivocas, o cuando notas que hay algo de ti que no te gusta. Si un error te lleva a criticarte, probablemente todavía no te estás aceptando del todo. Si restringes conductas que visibilizan tu orientación sexual o tu identidad de género por vergüenza o miedo irracional, también es una clara señal de que quizás hay cosas de ti que debes seguir trabajando para llegar a la aceptación radical (aquí estamos hablando de situaciones que NO ponen en riesgo tu vida, por supuesto. Ahí te restringes por supervivencia, no por vergüenza, y la vida siempre irá primero).
Si sientes que vales menos por no haber podido cumplir algo, o si te castigas por sentir cosas “incómodas” como celos, tristeza o envidia, probablemente sigues condicionando tu valor.
Aceptar no es negar lo que sientes. Es abrazarlo sin rechazarlo. Decirte: “esto me duele, pero está bien que me duela”, “esto me da rabia, pero no por eso soy una mala persona”, "esto no me gusta de mí, pero no tengo por qué tratarme mal por ello". Aceptar es darte permiso para ser humano.
Esa aceptación también cambió mi forma de relacionarme con los demás. Antes sentía que para ser querido tenía que mostrar solo lo lindo de mí. Tenía que tener la respuesta correcta, el ánimo correcto, el cuerpo correcto, el discurso correcto. Ahora entiendo que quienes realmente me aman no necesitan mi perfección, sino mi presencia. Cuando me permití mostrar mis vulnerabilidades, empecé a generar vínculos más profundos.
Y lo más curioso fue que empecé a atraer personas más sanas, más libres, más amorosas. Porque cuando uno deja de exigirle al otro que te haga sentir digno, también dejas de enganchar con quienes refuerzan tu falta de aceptación. Ya no necesitas convencer a nadie de que eres suficiente. Simplemente lo sabes.
Porque cuando vives desde la autenticidad, tu energía cambia. Las personas lo sienten. Y empiezas a conectar desde otro lugar: no desde la necesidad, sino desde tu verdadera esencia.
Por supuesto, aceptar quién soy no ha significado dejar de tener miedos o días difíciles. Todavía hay momentos en los que me cuesta, en los que dudo, en los que comparo mi camino con el de otros. Pero la diferencia es que ya no me quedo atrapado en ese lugar. Ahora puedo ver esos pensamientos, respirarlos y seguir. Ya no lucho contra ellos. Los dejo pasar. Y eso también es aceptación: no tener que estar bien todo el tiempo para sentirte en paz contigo.
Hay algo muy poderoso en aceptar que no siempre vas a brillar. Que no siempre vas a gustarte. Pero que incluso en esos momentos, sigues siendo digno de amor. Creo que ahí está el verdadero cambio. En no condicionar tu valor a tu mejor versión.
Aceptar también significó reconciliarme con mi historia. Con el niño que fui, con los momentos en que quise esconderme, con las veces que traté de ser alguien más para ser querido. Hoy entiendo que todas esas versiones de mí hicieron lo que pudieron con lo que sabían. Y cuando miro atrás, ya no siento vergüenza. Siento ternura. Porque ese niño miedoso fue el que me trajo hasta aquí.
Hoy puedo decir con el corazón que aceptarme realmente como soy cambió todo. Cambió mi manera de amar, de trabajar, de relacionarme y hasta de respirar. No porque me haya convertido en alguien distinto, sino porque dejé de intentar ser alguien que no era ❤️
Si este tema te resuena, quiero invitarte a ver mi videoclase gratuita “Los 3 trucos que me ayudaron a sentirme realmente libre y auténtico como una persona LGBTIQ+”, donde comparto de forma honesta los pasos que me ayudaron a dejar de vivir desde el miedo y empezar a sentirme libre siendo quien soy. En esa clase te llevo por un recorrido personal, te cuento los errores que me mantuvieron años en el “clóset invisible” y te entrego herramientas prácticas para comenzar a construir tu propia libertad emocional desde hoy.
Puedes acceder a ella haciendo click aquí y estará disponible solo por tiempo limitado.
Aprovecho de recordarte que PrideMe es un centro de salud mental que fundé hace unos años, donde contamos con un equipo hermoso de profesionales especialistas en personas LGBTIQ+ que pueden ayudarte en este o en cualquier otro tema que estés viviendo. Siempre en un espacio seguro, libre de discriminación y pensado para ti. Puedes agendar conmigo o con quien más resuene contigo en www.prideme.cl :)
Conéctate a nuestra Comunidad y sigue recibiendo contenido de valor!
Únete a mi lista de suscriptores para que puedas recibir avisos de cuando publique nueva información sobre mi blog, contenidos, talleres y cursos!
No te preocupes, tu información está segura conmigo :)
No soporto el SPAM! Así que no te preocupes que no estaré llenándote de mails, solo te enviaré mails que sé que te podrán servir y ayudar :)