
El consumo de alcohol y drogas es una realidad presente en muchas sociedades, pero en la comunidad LGBTIQ+ hay un factor que lo hace mucho más preocupante: su prevalencia es significativamente mayor que en la población general. Esto no es una mera coincidencia, sino el resultado de una serie de factores psicológicos, sociales y estructurales que influyen en la vida de muchxs miembros del colectivo.
Para muchxs, el consumo de sustancias se ha convertido en un escape, una vía de desconexión o una manera de lidiar con heridas que la sociedad ha dejado en ellxs. Pero, ¿cuándo el consumo deja de ser algo "recreativo" y se convierte en problemático? ¿Por qué afecta más a la comunidad LGBTIQ+? Y lo más importante, ¿cómo podemos abordar esta situación de manera compasiva y efectiva?
Desde el punto de vista de la psiquiatría, se considera que el consumo de sustancias es problemático cuando interfiere significativamente en la vida de una persona, afectando su bienestar físico, mental y social. No se trata solo de cuánto se consume, sino de cómo impacta en la rutina diaria, las relaciones interpersonales y la estabilidad emocional.
Algunas señales que pueden indicar que el consumo ha pasado de ser algo ocasional a un problema incluyen sentir la necesidad de consumir para afrontar el día o ciertas situaciones, tener dificultad para reducir el consumo o sentir ansiedad cuando no se puede consumir, priorizar el consumo sobre otras actividades importantes, experimentar problemas de salud relacionados con el consumo, tener conflictos con amigxs, familia o pareja debido al uso de sustancias y usar sustancias para evadir emociones difíciles o traumas pasados. Es importante entender que el consumo problemático no se reduce solo a adicciones severas. Hay muchas personas que no se consideran "adictas", pero cuya relación con el alcohol o las drogas afecta negativamente su calidad de vida sin que se den cuenta.
Varios estudios han demostrado que las personas LGBTIQ+ tienen tasas más altas de consumo de sustancias en comparación con la población heterosexual. La razón detrás de esto no es biológica, sino social y psicológica. Uno de los principales factores es el estrés de minorías, un concepto desarrollado por Ilan Meyer, que describe cómo las personas que pertenecen a grupos marginados enfrentan niveles elevados de estrés debido a la discriminación, el rechazo y la violencia estructural. Este estrés crónico puede llevar a muchxs a buscar mecanismos de escape, y el consumo de sustancias se convierte en uno de ellos. Otro factor crucial es la falta de espacios seguros de socialización. Para muchxs, la fiesta y la vida nocturna han sido tradicionalmente los únicos lugares donde pueden sentirse aceptadxs y libres de juicios. Sin embargo, estos entornos suelen estar altamente vinculados al consumo de alcohol y drogas, lo que normaliza estas prácticas y hace que sean vistas como parte de la identidad LGBTIQ+. A esto se suma la presión social dentro del propio colectivo. La cultura del cuerpo, la hipersexualización y la necesidad de pertenencia pueden llevar a muchxs a usar sustancias para encajar, aumentar su confianza o desinhibirse en contextos sociales y sexuales.
Estudios recientes han confirmado esta tendencia alarmante. Un informe publicado por el National Institute on Drug Abuse (NIDA, 2021) en EE.UU. reveló que las personas LGBTIQ+ tienen tasas significativamente más altas de consumo de tabaco, alcohol y drogas en comparación con la población heterosexual. Además, tienen el doble de probabilidades de desarrollar trastornos por abuso de sustancias. Por otro lado, un estudio realizado en España en 2020 por la Universidad Complutense de Madrid encontró que un alto porcentaje de hombres gais y bisexuales reportaron consumir drogas como una estrategia para enfrentar el rechazo, la homofobia interiorizada y el miedo a la soledad. En América Latina, un estudio de 2019 realizado en Chile, Argentina y Brasil por la revista Addiction Research & Theory concluyó que la discriminación estructural en el acceso a servicios de salud mental agrava la situación, ya que muchxs se sienten incapaces de buscar ayuda o recibir apoyo adecuado.
Para muchxs dentro del colectivo, el consumo de sustancias no es solo una práctica social, sino una forma de lidiar con heridas profundas. Muchas personas LGBTIQ+ han crecido en entornos hostiles, sintiéndose rechazadxs por sus familias o sus comunidades. La homofobia, la transfobia y el rechazo pueden generar un dolor emocional intenso que, si no es abordado de manera saludable, puede derivar en estrategias de afrontamiento destructivas. El alcohol y las drogas se convierten en un refugio temporal, una forma de callar la ansiedad, olvidar el miedo o escapar de la realidad. Pero esta estrategia de afrontamiento suele volverse contraproducente a largo plazo, ya que el consumo problemático puede llevar a una espiral de aislamiento, problemas de salud mental y dificultades en la vida cotidiana.
Es fundamental que como comunidad abordemos este tema desde la comprensión y la acción. Para ello, es necesario generar espacios de socialización seguros y libres de sustancias, donde las personas LGBTIQ+ puedan conectarse sin que el alcohol y las drogas sean el centro de la experiencia. Además, es crucial promover la salud mental dentro del colectivo, normalizando la terapia psicológica y el autocuidado como herramientas esenciales para enfrentar el estrés y la ansiedad.
La educación sobre los riesgos del consumo problemático debe abordarse sin moralizar ni estigmatizar, sino con información objetiva y accesible que permita a cada persona tomar decisiones informadas sobre su bienestar. Fortalecer las redes de apoyo es esencial para que quienes enfrenten dificultades con el consumo no se sientan solxs y puedan acceder a ayuda efectiva.
El consumo de sustancias en la comunidad LGBTIQ+ es un tema complejo que requiere un abordaje integral. No se trata de demonizar ni culpar, sino de entender las razones profundas detrás del problema y ofrecer alternativas que permitan construir una vida más saludable y plena para todxs.
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