
Puede sonar exagerado, hasta caricaturesco, pero muchxs de nosotrxs hemos pensado o dicho esa frase en algún momento. Tal vez con ironía, tal vez como excusa, tal vez desde un miedo muy real. Tal vez no lo hemos dicho nosotrxs, pero lo hemos escuchado de algunxs familiares: "no le cuentes a tus abuelos porque les puede dar un ataque cardíaco", "gracias hermano por contarme, pero mejor no le digas a mamá por si se infarta". Lo cierto es que esta idea no nace porque sí: es el resultado de una serie de creencias que hemos ido absorbiendo a lo largo de la vida. Y hoy, más que burlarnos de ella, necesitamos entenderla y cuestionarla.
Detrás de esa frase hay una idea potente: la de que nuestra identidad LGBTIQ+ puede herir profundamente a quienes amamos. Que podría ser un golpe tan fuerte para nuestros padres, madres o abuelos, que hasta podría afectar su salud. ¿Cómo llegamos a pensar algo así? ¿En qué momento internalizamos que amar diferente o vivir nuestra identidad de género fuera de la norma podría ser tan devastador para alguien?
La respuesta está en la cultura en la que crecimos. Durante generaciones se nos enseñó —a veces de forma muy explícita, a veces de forma silenciosa— que lo heterosexual es lo “normal”, lo “correcto”, lo “esperable”. Todo lo que se sale de ese molde se ha visto como algo incómodo, vergonzoso o incluso peligroso. Y no solo para quien lo vive, sino para su entorno. “A tu mamá le va a romper el corazón”, “tu papá no lo va a soportar”, “a tu abuela le va a dar algo”… frases que escuchamos, directa o indirectamente, desde que tenemos uso de razón.
Cuando escuchamos esas ideas una y otra vez, terminamos por creerlas. No es que alguien nos lo haya dicho literalmente —aunque a veces también—, sino que lo fuimos construyendo a partir de comentarios, silencios, gestos, miradas, conversaciones familiares, discursos religiosos, chistes, novelas, noticias. Todo el sistema cultural nos ha entrenado para pensar que lo gay es algo que se esconde, que se susurra, que no se muestra para no incomodar.
Y ahí aparece la homofobia internalizada. Esa voz que no viene de fuera, sino que se nos mete adentro. Que nos dice que tal vez sí estamos haciendo algo mal. Que no somos del todo dignxs. Que mejor no le contemos a nadie, no vaya a ser que sufran por nuestra culpa. Que ocultar lo que somos es una forma de cuidar. Como si nuestra identidad fuera una carga. Como si vivir en verdad fuese un acto egoísta.
Una de las formas más comunes en que se manifiesta esa homofobia internalizada es en el ocultamiento. Y no solo por miedo al rechazo, sino también como una supuesta “protección” hacia lxs demás. Nos convencemos de que no decimos la verdad para no herir a nuestrxs seres queridxs. Que preferimos callar porque no queremos causarles dolor. Pero en el fondo, muchas veces lo que hay es miedo. Miedo a perder su amor, a dejar de pertenecer y a decepcionarlxs.
Y ese miedo es real, no lo vamos a minimizar. Porque en muchxs casos, efectivamente, salir del clóset sí puede causar reacciones difíciles en el entorno. Pero una cosa es reconocer ese miedo y otra es creernos que somos tan dañinos como para provocar literalmente la muerte de alguien solo por decir “soy gay”, “soy lesbiana”, “soy bisexual”, “soy trans”, o cualquier otra etiqueta que nos describa.
Pensar eso no solo es doloroso, es también injusto. Nos pone en un lugar de culpa y de responsabilidad que no nos corresponde. Nos hace cargar con la idea de que el bienestar emocional y físico de lxs demás depende de que nos quedemos calladxs, de que nos neguemos, de que actuemos como si no fuéramos quienes somos.
Y no estamos aquí para proteger a nadie de nuestra existencia. No vinimos al mundo para mentir sobre lo que sentimos o quienes somos con tal de que lxs demás no se incomoden. Si alguien se descompone por saber la verdad de nuestra identidad, ese es un tema que tendrá que trabajar con sus propias creencias, su historia, sus miedos. Pero no es justo que nosotrxs carguemos con esa angustia, ni mucho menos que la usemos para seguir posponiendo el vivir en autenticidad.
Porque, aunque cueste reconocerlo, a veces usamos esa excusa como un mecanismo de defensa. Pensar que no salimos del clóset porque “le haríamos daño a nuestros padres” es una forma más fácil de lidiar con el miedo que decir: “No me siento listo todavía”. Nos da una justificación que parece noble, altruista, que incluso nos hace sentir “buenos hijos”. Pero esa justificación, por muy real que se sienta, también nos encierra.
Salir del clóset no es un deber ni una obligación, y nadie tiene por qué forzarte a hacerlo. Pero poder vivir siendo quien eres es un derecho: el derecho a la identidad. Si aún no te sientes preparadx, está bien, no te castigues por eso, solo intenta ser honestx contigo mismx. Pregúntate si lo estás posponiendo por miedo, por cuidado, por dolor no resuelto, o por todo a la vez. Pero que no sea desde la creencia de que eres tan “peligrosx” que podrías dañar irreparablemente a quien te ama.
El amor sano no se rompe por la verdad. El amor sano se sostiene, incluso si se sacude. Y aunque sabemos que no todxs tienen familias amorosas ni entornos seguros, también sabemos que vivir con miedo perpetuo a herir al resto por existir no puede ser la única opción. Tenemos que abrir la posibilidad de que, quizás, decir nuestra verdad pueda ser liberador también para quienes nos rodean. Que puedan dejar de vivir con una versión incompleta de nosotrxs. Que quizás, aunque cueste al principio, puedan descubrir una nueva forma de amar y de vincularse.
Y si no sucede, si el rechazo llega, si la reacción es dura… entonces será una tristeza, sí. Pero no una culpa. Porque no hiciste nada malo. Porque ser quien eres nunca ha sido un error. Porque no estás obligadx a vivir tu vida como una mentira solo para sostener una fantasía ajena.
Y si aún no estás preparadx, también está bien. Solo te invito a no justificarlo con algo que en realidad no te corresponde. Recuerda: no hay ninguna evidencia médica de que alguien haya muerto de un infarto por saber que su hijx es parte de la comunidad LGBTIQ+. Pero sí hay evidencia de lo dañino que puede ser vivir ocultando lo que somos.
Reconocer que el miedo es tuyo no te hace débil, te hace valiente. Porque en el fondo, lo que más deseamos no es causar daño, es ser amadxs como somos.
Y eso, aunque a veces parezca lejano, empieza por dejar de creer que ser quienes somos es un acto de violencia. Y no, no lo es, es un acto de verdad.
Y la verdad, aunque incomode, también puede sanar.
Aprovecho de recordarte que PrideMe es un centro de salud mental que fundé hace unos años, donde contamos con un equipo hermoso de profesionales especialistas en personas LGBTIQ+ que pueden ayudarte en este o en cualquier otro tema que estés viviendo. Siempre en un espacio seguro, libre de discriminación y pensado para ti. Puedes agendar conmigo o con quien más resuene contigo en www.prideme.cl :)
Conéctate a nuestra Comunidad y sigue recibiendo contenido de valor!
Únete a mi lista de suscriptores para que puedas recibir avisos de cuando publique nueva información sobre mi blog, contenidos, talleres y cursos!
No te preocupes, tu información está segura conmigo :)
No soporto el SPAM! Así que no te preocupes que no estaré llenándote de mails, solo te enviaré mails que sé que te podrán servir y ayudar :)